Bienvenida/o a mi blog

¡Hola querido lector/a!




Ante todo quería agradecerte tu presencia en mi mundo lejano. Tan solo espero que disfrutes de la lectura. Pero antes, una breve introducción.


Sabrás que es el amor, ¿verdad? No son solo mariposas en el estómago. Y a veces, no son mariposas. Es dolor, angustia, tristeza, aislamiento, temor... pero no siempre. Y ese sentimiento que le da a la vida un toque agridulce, es tan indispensable para vivir como el aire. Es lo que trato de plasmar en cada línea. Si, se sufre y mucho, pero a veces tenemos que sufrir para lograr un objetivo.


Por ejemplo, un escalador tiene que pasar hasta días de frío, hielo, dolor, viento, nieve... para alcanzar la cima de la montaña más grande del mundo, y poder ver una de las vistas mas bellas. Nosotros tenemos igualmente que sufrir para alcanzar a esa persona deseada, a la persona idónea. Pero, una vez alcanzada, se disfrutan de las vistas más bellas de la vida.


Personalmente, después de mucho frio, nieve y algun que otro desprendimiento de rocas, he logrado llegar a la cima. Por ello, te dejo con las huellas que dejé en el camino, y con las vistas que tengo desde esta cima tan hermosa de la vida.




¡Bienvenida/o a la aventura!



Cordialmente



Raúl

viernes, 10 de abril de 2009

Junto Al Sauce

Estaba atardeciendo. El Sol se escondía en el mar, iluminando con sus últimos rayos un cielo enrojecido. Me encontraba sentado sobre la hierba, fría y húmeda, que se extendía tras de mi como un manto verde, junto a un sauce al borde de un impetuoso acantilado. Mi mente se sumergía en mil recuerdos, y empezaba a perderme en una tristeza inmensa. Mis lágrimas caían hasta romperse sobre las afiladas rocas que sobresalían tímidamente del mar, como cristales. Mis ánimos se iban consumiendo como la llama de una vela casi gastada.

Pero, de repente, apareciste a mis espaldas. Tu cálida sonrisa llenó mi alma de alegría, y tus ojos iluminaron mi rostro. Me preguntaste mi nombre, y me pediste permiso para sentarte a mi lado. Observaste que mis ojos estaban húmedos de amargura y me pasaste tu brazo por mi espalda, siempre sonriendo con ternura. Sin apenas esfuerzo, lograste que te abriera mi corazón, dejando salir mil historias, unas amargas y otras preciosas. Sin darme cuenta, estaba compartiendo todo eso con alguien que no conocía hasta ese momento. Todo pasaba con rapidez. Tu presencia lo facilitaba todo. Te miré a los ojos y pregunté cual era tu nombre. Me sonreíste y dijiste: "Ven mañana al atardecer, y la brisa del mar te lo susurrará al oído". Y, sin más, te levantaste y marchaste.

Al día siguiente, mientras caía el sol, volví al sauce. Me senté junto a él, mientras observaba la belleza del paisaje que estaba ante mí, y pensaba en que mucha gente pasaba su vida sin haber visto tan siquiera el mar. Podría decirse que yo era un privilegiado, y esa idea produjo en mí una sonrisa. Arranqué un poco de hierba y la estrujé en mi mano para que se partiera en trozos. Después la alcé y solté los restos de la hierba para que la brisa del mar se las llevara. El efecto me gustaba, me encantaba ver los diminutos trozos bailando y jugando por el aire. Mientras seguía mirando todo aquello, una dulce voz sonó tras de mí, cerca de mi oído, como si al instante se me insuflara energía hacia mi corazón. Aquella voz pronunció un nombre bello, hermoso, un nombre que jamás había conocido. Parecía haber sido la brisa del mar quien había pronunciado aquel nombre.

Me volví y ahí estabas tú, con tu inseparable sonrisa, mirándome. Te inclinaste y me besaste en la mejilla. Al separar tu rostro del mío, pude observar tus ojos más de cerca. Eran unos rasgados ojos marrones que desprendían cariño, pero a la vez tristeza. Una pequeña lágrima brotaba para empezar a recorrer tu cara. Acerqué mi mano a tu rostro y corté su recorrido. Te pregunté si te ocurría algo. Negaste con la cabeza y me dijiste: "Llevo mucho tiempo esperando este momento. Tú no me conoces, pero yo a ti sí. Siempre que vienes cada verano a este lugar, te observo a lo lejos. Y me paso el resto del año esperando a que vuelvas. No me preguntes por qué nunca me acerqué a saludarte. Quizás temía que te fueras y nunca volvieras, pero pensé que no podía pasarme todos los veranos sin conocerte. Y ayer me armé de valor y me acerqué a ti. Todo lo que me contaste.... es exactamente lo que yo misma he vivido". Durante los siguientes minutos fuiste tú quien me abriste el corazón y me contaste mil historias, unas amargas y otras preciosas.

Al terminar, te me quedaste mirando, con media sonrisa. Tu pelo ondeaba mostrando su belleza al cielo. Me cogiste de la mano y te arrimaste a mí. Apoyaste tu cabeza en mi pecho y me pasaste el brazo por la espalda. Cayó la noche y la Luna observó cómo seguíamos acurrucados durante minutos, hasta que me miraste una vez más y me dijiste: "Te quiero". Esas palabras se grabaron al instante en mi interior, con fuego. Me acerqué hasta que noté tu respiración en mi rostro. Cerré los ojos y supe qué era la felicidad. Mis manos acariciaron tu pelo, despacio, muy lentamente. Sentía los latidos de tu corazón como si fueran los míos propios. Tus dedos jugueteaban en mi espalda mientras nuestros labios se fundían sin querer separarse. Mi mano pasó de tu pelo a tu suave mejilla. Era como la seda, como la más costosa seda traída de Oriente. El olor de tu piel.... como el de miles de rosas recién cortadas. Un olor que todavía me acompaña.

Nuestros labios se separaron. Me acariciaste la cara y dijiste: "Tengo que irme. Mañana te esperaré aquí....". Te interrumpí. "No, mañana salgo para mi ciudad". Nuestros ojos se llenaron de lágrimas y nos abrazamos. "Te estaré esperando aquí, junto al sauce, el verano que viene". Asentí y te besé de nuevo. Nos levantamos y despedimos.... hasta el año que viene.

Los días pasaron rápidamente, como los trenes pasaban de largo ante la estación abandonada del pueblo. Dejé las maletas en el hostal, y bajé corriendo hacia el acantilado. Divisé el sauce a lo lejos, y aceleré el paso.... pero no estabas allí. Volví al pueblo y pregunté a todos los transeúntes por tu nombre, pero nadie me dijo nada de ti. Pregunté en los bares, en las tiendas, en los quioscos.... pero nadie me dijo nada de ti. Me pasé todo el verano esperándote junto al sauce, todos los atardeceres.... pero ni el Sol ni la Luna me dijeron nada de ti. Marché del pueblo, pasó un año.... no te volví a encontrar. Pasaron dos, tres, diez.... jamás volví a ver aquellos ojos marrones, ni a oler el aroma de tu piel....

Está atardeciendo. El Sol se esconde en el mar, iluminando con sus últimos rayos un cielo enrojecido. Te escribo junto al sauce, desde donde te estaré esperando, cada día, hasta que aparezcas con tu sonrisa y me vuelvas a susurrar tu nombre en mi corazón.